Hay oficios que explican cómo ha cambiado el mundo

—Mamá, cuando eras chica, ¿existían los helados? —me preguntó Matilde el otro día.

Solté una risa y le respondí que sí, por supuesto, pero que en ese tiempo no los comprábamos por aplicaciones ni en supermercados. Entonces le conté sobre un señor que pasaba en triciclo por el barrio, haciendo sonar unas campanitas, cuando los niños lo escuchábamos, salíamos corriendo y le pedíamos a nuestras mamás o abuelas que nos compraran un helado.

Matilde me miró con cara de sorpresa. Para ella, un helado siempre ha estado en el congelador o cuando mucho llega en moto con un repartidor. Ahí me di cuenta de algo: hay muchas cosas que fueron parte de nuestra infancia y que para nuestros hijos suenan a cuentos de fantasía.

Cuando yo era niña, quería trabajar en un videoclub. Me imaginaba rodeada de películas, ayudando a la gente a elegir cuál llevar a casa.

—¿Y qué es un videoclub? —preguntó Matilde.

Le expliqué que antes de Netflix, si queríamos ver una película, teníamos que ir a una tienda y elegirlas entre cientos de cajas de plástico con carátulas de colores. Había que devolverlas al otro día y, además, rebobinarlas antes de entregarlas…

—¿Rebobinarlas? ¿Qué es eso?

Sonreí. ¿Cómo explicarle algo que para mí era tan cotidiano?

—Las películas venían en unas cintas dentro de unos casetes grandes y negros. Cuando terminaba la pelicula, la cinta quedaba al final y, si querías verla de nuevo, había que retrocederla hasta el principio. Lo ponías en la videocasetera, presionabas un botón y escuchabas un zumbido rápido, como un shhhhhhh que se aceleraba hasta que la cinta quedaba lista para volver a empezar.

Mientras hablaba, casi pude sentir ese olor particular del plástico del VHS, el sonido mecánico de un vhs al entrar a la videocasetera y la ansiedad de esperar a que terminara de rebobinar para ver la película otra vez.

—¡Qué difícil! —dijo sorprendida.

Y es que hay trabajos que han desaparecido con el tiempo. Antes, los relojeros tenían pequeños talleres en los barrios ⏳, y los teléfonos estaban fijos sobre una mesa en la casa o colgados en la pared, no podías llevarlos contigo, tenían botones cuadrados y cables larguísimos, esa eran la única forma de hablar con amigos 📞. Hoy, todo eso suena a una historia muy muy antigua.

También estaban los vendedores de diarios en cada esquina. Me encantaba descubrir revista tras revista, comprar álbumes de personajes o simplemente acompañar a mi papá a comprar el diario. Aún recuerdo ese olor inconfundible del papel recién impreso, la tinta en las manos, el murmullo de la gente hojeando revistas como si fueran tesoros. Hoy, apenas quedan kioscos, y casi nadie compra el diario en papel.

Nuestros hijos crecerán en un mundo con trabajos que aún no existen. Quién sabe si algún día me preguntarán: «Mamá, ¿te acuerdas que antes  la gente manejaba los autos?», cuando los autos autónomos sean lo común.

Lo importante es que, aunque el mundo cambie, los sueños y la imaginación de los niños seguirán intactos. Y quizás, en el futuro, ellos les contarán a sus hijos historias sobre cómo era todo en su infancia, igual que hacemos nosotros hoy.

Mati: «Mamá, ¿crees que algún día los doctores también desaparezcan?»

Yo: «No lo sé, quizás haya robots que hagan su trabajo».

Leo: «Mamá, creo que quiero ser algo que nunca desaparezca».

Yo: «¿Y qué sería eso?»

Leo: «Superhéroe.»

Yo, Mamá 💜🌸

 

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