Hace unos años, si me hubieran dicho que terminaría viajando en transporte público con mi hijo de seis años casi a diario, probablemente habría puesto cara de horror. Porque, seamos honestas, entre el ajetreo, los empujones y los tiempos de espera, la idea de subirnos a un bus o al metro con un pequeño inquieto parecía más un reto de supervivencia que una opción viable. Pero la realidad me demostró lo contrario.
La primera vez que intentamos el metro juntos, yo iba con mil precauciones en la cabeza: «que no toque nada», «que no se suelte de mi mano», «que no se aburra y haga un berrinche de esos que hacen que todos te miren como si fueras la peor madre del mundo». Spoiler: nada de eso pasó. Lo que sí pasó fue que mi hijo se maravilló con el túnel oscuro, con los anuncios de las estaciones y con la sensación de movimiento. Yo, en cambio, aprendí a soltar un poco el control y a ver el viaje desde su perspectiva: una aventura.
Desde entonces, viajar juntos en transporte público se ha convertido en una especie de ritual. Él se siente grande porque «viaja solo» (aunque obviamente no es así) y yo disfruto viéndolo interactuar con el entorno. Aprendió a ceder el asiento a los mayores, a pedir permiso con cortesía y hasta a interpretar el mapa de rutas. Sí, a veces hay días caóticos donde el bus está repleto o el metro se detiene más de lo esperado, pero en lugar de estresarnos, jugamos a contar colores de mochilas o inventamos historias sobre los pasajeros.
Además, he notado cómo estos viajes han reforzado su autonomía y confianza. No es lo mismo que lo lleven en auto a todos lados a que entienda cómo moverse en su ciudad. No digo que sea fácil siempre, pero sí que vale la pena intentarlo. Si yo, que era la típica mamá que evitaba a toda costa el transporte público con niños, lo logré, tú también puedes encontrarle el lado positivo.
Así que, la próxima vez que dudes si subirte al bus con tu peque, piensa en esto: no es solo un trayecto, es una oportunidad para compartir, aprender y hasta divertirse. Porque sí, viajar con niños en transporte público puede ser un caos… pero también una de las mejores aventuras cotidianas. 😉