El otro día, mientras Matilde corría por la casa con una brocha en una mano y una pelota en la otra, me lanzó una de esas frases que hacen que una madre se detenga en seco:
—Cuando sea grande, voy a ser pintora, futbolista y astronauta.
Lo dijo con la seguridad de quien ya tiene su vida resuelta. Su hermano mayor la miró con cara de “ya, pero elige una” y yo, que por dentro pensaba lo mismo, solo atiné a sonreír. Porque, ¿quién soy yo para decirle que no puede?
Recordé que, cuando era niña, yo también quería ser mil cosas a la vez. Un día soñaba con ser científica porque mezclaba jabón con agua y hacía espuma gigante, y al siguiente, diseñadora de moda porque le recortaba vestidos a mis muñecas (horribles, por cierto). Pero en algún punto, los adultos empezaron a preguntar: “¿Y de verdad te vas a dedicar a eso?” “¿Y con eso se vive?” Y poco a poco, uno deja de responder con tanto entusiasmo.
Así que en lugar de cortarle las alas, decidí seguirle el juego.
—¡Muy bien! Pero, ¿cómo vas a hacer cuando tengas que jugar un partido en la luna? —le pregunté.
Matilde se quedó pensando unos segundos y luego respondió muy seria:
—Me haré un traje de astronauta con rodilleras.
Claramente, tenía todo bajo control.
Y ahí entendí algo. Para los niños, no hay caminos únicos ni carreras imposibles. No están pensando en si serán famosos o si podrán pagar el arriendo con su pasión. Solo disfrutan el momento. Y nosotros, los adultos, en nuestro intento de “guiarlos”, muchas veces les bajamos la emoción con preguntas innecesarias.
Desde ese día, decidí que en esta casa el arte, la ciencia y el deporte pueden convivir sin problema. Si un día Matilde quiere pintar el sistema solar y al siguiente jugar a ser astronauta en el patio, perfecto. Si su hermano pasa semanas obsesionado con los experimentos y luego deja todo para correr detrás de un balón, también. Porque tarde o temprano encontrarán lo que realmente los llena… sin que yo tenga que empujarlos en ninguna dirección.
Y si Matilde termina jugando fútbol en la luna con un pincel en la mano, bueno, al menos sé que le compré las rodilleras correctas.